El ajuar del templario constaba de dos camisas, cuatro calzones, un sayón o falda, una túnica, dos mantos, uno de verano y otro de invierno, un cinturón, un bonete de algodón y otro de cuero. La túnica sería de lana blanca al estilo cisterciense. Usaban camisa y calzones de piel de oveja de los cuales no debían desprenderse para dormir. Tenían a su disposición dos sábanas y dos mantas. Los caballeros vestían además capa blanca, los sargentos capa parda y los capellanes ropas verdes, con guantes blancos para impartir la eucaristía. Por el 1147, el Papa Eugenio III les concedió portar la cruz roja en sus capas, símbolo de la sangre que deberían derramar (incluida la suya) en virtud de la defensa de la fe cristiana. Sobre la ubicación de esta cruz y su tipo hay diversas opiniones. Es probable que inicialmente la portaran en el hombro izquierdo únicamente pero con el transcurrir del tiempo también la exhibiesen sobre el pecho e incluso en la espalda.
Los templarios mantuvieron una agria disputa con la orden de los Caballeros Teutónicos, motivada por el color de la capa de estos últimos. Los templarios se quejaron al Papa, por aquel entonces Inocencio III, de la utilización del color blanco por parte de los germanos y aunque el Papa falló en favor de los templarios, la disputa la zanjó el Patriarca de Jerusalén (que necesitaba de todos los soldados de Cristo), de modo que permitía a los alemanes vestir igualmente una capa blanca pero en cambio la cruz que portarían sería de en adelante negra (por roja la de nuestros protagonistas).
Los templarios y sus sirvientes llevaban el pelo y la barba corta. No se la rasuraban. Esto les comportó un beneficio inesperado pues los árabes y demás poblaciones de Oriente consideraban la barba y el bigote un símbolo de virilidad y hombría mientras que en Europa la moda era la contraria, el rostro afeitado y el pelo largo. Esto hizo que los infieles no sólo respetasen a los templarios por sus hazañas en el campo de batalla y su actitud ante la vida sino también por su apariencia física. Para los infieles los templarios eran una raza aparte dentro del enemigo cristiano, los más valientes y los que más temor, sin duda alguna, les suscitaban de entre todos los europeos.
En el ámbito militar los caballeros templarios portaban una cota de mallas que les cubría prácticamente todo el cuerpo y que constaba de anillas unidas entre si, muy flexible, se podía enrollar para facilitar su transporte en los viajes. La cabeza era protegida por un yelmo de forma cilíndrica al que únicamente se le practicaba unas pequeñas aberturas en cada lado de la cara a la altura de los ojos con la misión de facilitar la visión de los ojos y algunas veces también pequeños agujeros en la parte de las mejillas para propiciar la respiración. Unos remaches de acero en forma de cruz surcaban de arriba abajo y de derecha a izquierda la parte frontal del yelmo a la altura de los ojos y de la nariz. Este casco era muy pesado, 10 kilogramos, por lo que solo se llevaba en batalla. El escudo tenia forma de triángulo invertido con los bordes redondeados. Al igual que ocurría con la katana para los Sumarais los caballeros tenían en muy alta estima a su espada, la consideran una seña fundamental de su identidad por lo que no les gusta separarse de ella. La espada de los tiempos del Temple era de corte que daña con las hojas afiladas, no con la punta. Su altura podía alcanzar metro y medio lo cual da una idea del tamaño descomunal de estas armas, sobre todo cuando la talla de la población en la Edad Media era bastante inferior a la actual, debido con toda seguridad a las pobres dietas alimenticias de la época. Los templarios tenían prohibido exhibir adornos hechos de metales nobles y de piedras preciosas, ni lazos, ni zapatos puntiagudos muy de moda entre la nobleza europea por entonces.
"Vosotros, que cubrís vuestros cabellos con sedas y vuestra cotas de malla con femeninos adornos. Vosotros que adornáis lanzas, escudos, sillas de montar y espuelas con oro y piedras preciosas; vosotros que vais pomposamente hacia la muerte, ¿creéis que estos oropeles, son los arneses de un verdadero caballero? ¡No, son adornos propios de mujer! ¿Creéis acaso, que los enemigos se deslumbrarán con el oro, se cegarán con el brillo de las piedras preciosas, o se quebrarán sus armas al chocar contra vuestras sedas? Vosotros continuáis peinándoos como mujeres, cubriéndoos las piernas con largas camisas, y escondiendo en anchas mangas vuestras delicadas manos ¡Y así vestidos os batís por banalidades, intrigas de mujer, insignificantes ofensas o bienes temporales"
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