Con la excusa de guardar el Camino de Santiago, la orden del Temple sembró de capillas, castillos y prioratos la ruta al ‘finis terrae’. Cristianizaron una senda ya utilizada ancestralmente por muchos pueblos antiguos en busca de sus orígenes y del final mítico del mundo conocido.
Artículos RelacionadosComparte esta informaciónEl sincretismo templario se trasluce en muchas de sus reglas: “Si judío o sarraceno os invita a su mesa, comed de todo cuanto se os ofrezca y despreciad a los hipócritas que condenan la convivencia...” “Llevad la guerra con justicia y caridad, tratad de proteger al débil y de castigar al culpable. Sobre todo, no penséis en aprovechaos de la gloria ni de la debilidad de los príncipes, ni practiquéis el saqueo. Durante tiempo de paz, recordad que vuestro Dios es el mismo que el de los judíos y el de los sarracenos”.
A principios del siglo XII
Sus votos, que eran variables según el grado de iniciación, les prohibían ejercer cualquier tipo de caza, excepto la del león de quien decían: “él busca y cerca a quien quiere devorar; así pues, del mismo modo que sus garras se vuelven contra todos, vuélvanse las manos de todos contra él.”
Su primera reunión se celebró en 1118 entre las ruinas de las caballerizas del Templo de Jerusalén, de donde toman el nombre. El fundador fue Hugues de Payns, quien recorre el oriente acompañado por un pequeño grupo de caballeros en pos de las claves secretas que dejaban entrever los libros sagrados.
El reconocimiento oficial como orden no llega hasta 1128, en el concilio de Troyes, donde los Templarios se ofrecieron para guardar los caminos hacia los santos lugares, proteger a los peregrinos de los musulmanes y vigilar las cisternas de agua potable.
El status de cuerpo armado les permitió ser respetados en un tiempo en el que la vida de un hombre tenía un valor insignificante.
Partiendo de su cometido inicial de guardianes de la cristiandad, sus actividades se fueron ampliando, explotando el prestigio conseguido gracias a su lucha por conservar Tierra Santa y reconquistar la Península Ibérica.
Su fuerza se extendía a medida que se ampliaban sus dominios, como producto de las donaciones de reyes y nuevos caballeros que hacían un voto de pobreza personal, además de los impuestos y rentas procedentes del comercio de ultramar y del mercado de la sal.
Su poder fue más instrumental que formal, pero su influencia era inmensa. Llevaban el control financiero de la economía medieval y la movilización y salvaguarda de los recursos espirituales proscritos. Al hilo del invento veneciano de la letra de cambio, la orden creó su propio sistema bancario, mediante el cual cualquier peregrino, comerciante o viajero, podía depositar el dinero preciso para su viaje en la encomienda templaria más próxima, recibiendo un pagaré con el que retirar la cantidad necesaria en cada momento en las sucesivas encomiendas, prioratos o castillos que estuvieran en su ruta. Este sistema favoreció la peregrinación a Santiago y Tierra Santa y propició el desarrollo de rutas comerciales seguras en el agitado mundo medieval.
Con el transcurso del tiempo esta actividad se extendió y los templarios se convirtieron en prestamistas de reyes y nobles, llegando a tener en sus manos joyas y tesoros reales como aval de fuertes sumas en metálico.
La fuerza de la envidia
Algunos autores opinan que el poderío económico del Temple y sus relaciones con los gremios de constructores y canteros hicieron posible la realización de las grandes catedrales góticas. Otros sostienen que ese dinero procedía de los beneficios obtenidos por la Iglesia en sus explotaciones ganaderas.
Como posteriormente sucedería con los judíos, su riqueza fue una de las causas de su caída. El rey de Francia, Felipe IV El Hermoso, que les debía una gran suma de dinero, herido en su amor propio por no ser aceptado como caballero, les denuncia por realizar prácticas impuras y heréticas. La orden es ilegalizada en 1312 por el papa Clemente V en el concilio de Viena y su último maestre, Jacques de Molay, muere en la hoguera un 18 de marzo de 1314 frente a la catedral de Notre-Dame. En España se producen procesos paralelos celebrados en Salamanca y Tarragona, en los que se demuestra su inocencia aunque se confiscan todos sus bienes, que pasan a engrosar el patrimonio de otras órdenes de caballería como las de San Juan, Calatrava, Santiago o los Hospitalarios. Ellos se ocuparán de borrar con un manto de ortodoxia las huellas dejadas por los caballeros. Pese a su extinción, algunos elementos prosiguen con su empeño y forman en Portugal la orden del Cristo, que tuvo mucho que ver con los avances en la navegación de los lusos, mientras que en Aragón fundan la orden de Montesa.
Los templarios, con sus conceptos religiosos, intentaron influir positivamente un mundo lleno de carencias e injusticia.
Su pretendida lucha por la igualdad se estrelló contra el carácter mesiánico de su movimiento, que en sus últimos tiempos cayó en muchos de los vicios feudales que deploraba.
El caudal de conocimientos que atesoraban desafió a todos los poderes establecidos, pero su fuerza se volvió contra sí. El mensaje templario fue destruido y sus símbolos permanecen sin descifrar, trazados en un tiempo en el que discreción significaba supervivencia.
Sus misteriosas construcciones parecen guardar un camino invisible, el camino interior que todos podemos recorrer para ser mejores.
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