Ave, Maria,

gratia plena,

Dominus tecum;

benedicta tu in mulieribus,

et benedictus fructus ventris tui, Jesus.

Sancta María, Mater Dei,

ora pro nobis peccatoribus

nunc et in hora mortis nostrae.

Amen.



Non Nobis Domine, Non Nobis Sed Nomine Tuo da Gloriam


Mantente alerta, con confianza en Cristo y loable en tu fama.


No muestres miedo frente a tus enemigos. Di siempre la verdad aunque te llegue la muerte. Protege a los desamparados y no hagas mal. Éste es tu juramento.



martes, 23 de febrero de 2010

LOS TEMPLARIOS EN LA RUTA JACOBEA

Con la excusa de guardar el Camino de Santiago, la orden del Temple sembró de capillas, castillos y prioratos la ruta al ‘finis terrae’. Cristianizaron una senda ya utilizada ancestralmente por muchos pueblos antiguos en busca de sus orígenes y del final mítico del mundo conocido.



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A principios del siglo XII

Sus votos, que eran variables según el grado de iniciación, les prohibían ejercer cualquier tipo de caza, excepto la del león de quien decían: “él busca y cerca a quien quiere devorar; así pues, del mismo modo que sus garras se vuelven contra todos, vuélvanse las manos de todos contra él.”

Su primera reunión se celebró en 1118 entre las ruinas de las caballerizas del Templo de Jerusalén, de donde toman el nombre. El fundador fue Hugues de Payns, quien recorre el oriente acompañado por un pequeño grupo de caballeros en pos de las claves secretas que dejaban entrever los libros sagrados.

El reconocimiento oficial como orden no llega hasta 1128, en el concilio de Troyes, donde los Templarios se ofrecieron para guardar los caminos hacia los santos lugares, proteger a los peregrinos de los musulmanes y vigilar las cisternas de agua potable.

El status de cuerpo armado les permitió ser respetados en un tiempo en el que la vida de un hombre tenía un valor insignificante.

Partiendo de su cometido inicial de guardianes de la cristiandad, sus actividades se fueron ampliando, explotando el prestigio conseguido gracias a su lucha por conservar Tierra Santa y reconquistar la Península Ibérica.

Su fuerza se extendía a medida que se ampliaban sus dominios, como producto de las donaciones de reyes y nuevos caballeros que hacían un voto de pobreza personal, además de los impuestos y rentas procedentes del comercio de ultramar y del mercado de la sal.

Su poder fue más instrumental que formal, pero su influencia era inmensa. Llevaban el control financiero de la economía medieval y la movilización y salvaguarda de los recursos espirituales proscritos. Al hilo del invento veneciano de la letra de cambio, la orden creó su propio sistema bancario, mediante el cual cualquier peregrino, comerciante o viajero, podía depositar el dinero preciso para su viaje en la encomienda templaria más próxima, recibiendo un pagaré con el que retirar la cantidad necesaria en cada momento en las sucesivas encomiendas, prioratos o castillos que estuvieran en su ruta. Este sistema favoreció la peregrinación a Santiago y Tierra Santa y propició el desarrollo de rutas comerciales seguras en el agitado mundo medieval.

Con el transcurso del tiempo esta actividad se extendió y los templarios se convirtieron en prestamistas de reyes y nobles, llegando a tener en sus manos joyas y tesoros reales como aval de fuertes sumas en metálico.

La fuerza de la envidia

Algunos autores opinan que el poderío económico del Temple y sus relaciones con los gremios de constructores y canteros hicieron posible la realización de las grandes catedrales góticas. Otros sostienen que ese dinero procedía de los beneficios obtenidos por la Iglesia en sus explotaciones ganaderas.

Como posteriormente sucedería con los judíos, su riqueza fue una de las causas de su caída. El rey de Francia, Felipe IV El Hermoso, que les debía una gran suma de dinero, herido en su amor propio por no ser aceptado como caballero, les denuncia por realizar prácticas impuras y heréticas. La orden es ilegalizada en 1312 por el papa Clemente V en el concilio de Viena y su último maestre, Jacques de Molay, muere en la hoguera un 18 de marzo de 1314 frente a la catedral de Notre-Dame. En España se producen procesos paralelos celebrados en Salamanca y Tarragona, en los que se demuestra su inocencia aunque se confiscan todos sus bienes, que pasan a engrosar el patrimonio de otras órdenes de caballería como las de San Juan, Calatrava, Santiago o los Hospitalarios. Ellos se ocuparán de borrar con un manto de ortodoxia las huellas dejadas por los caballeros. Pese a su extinción, algunos elementos prosiguen con su empeño y forman en Portugal la orden del Cristo, que tuvo mucho que ver con los avances en la navegación de los lusos, mientras que en Aragón fundan la orden de Montesa.



Los templarios, con sus conceptos religiosos, intentaron influir positivamente un mundo lleno de carencias e injusticia.

Su pretendida lucha por la igualdad se estrelló contra el carácter mesiánico de su movimiento, que en sus últimos tiempos cayó en muchos de los vicios feudales que deploraba.

El caudal de conocimientos que atesoraban desafió a todos los poderes establecidos, pero su fuerza se volvió contra sí. El mensaje templario fue destruido y sus símbolos permanecen sin descifrar, trazados en un tiempo en el que discreción significaba supervivencia.

Sus misteriosas construcciones parecen guardar un camino invisible, el camino interior que todos podemos recorrer para ser mejores.
 

LA LEYENDA DE LA APARICIÓN DE LA SANTÍSIMA CRUZ DE CARAVACA

Según la tradición local más popularizada se cuenta que desde finales de 1230 ó principios de 1231, se encontraba el rey almohade de Valencia y Murcia, Ceyt-Abu-Ceyt, en sus posesiones de Caravaca. Interrogó a los cristianos que tenía prisioneros para conocer los oficios que ejercían, con el fin de ocuparles en consonancia con sus habilidades. Se hallaba entre ellos el sacerdote Ginés Pérez Chirinos quien, en labores de misionero, había llegado desde Cuenca a tierras sarracenas para predicar el Evangelio. Éste contestó que su oficio era el de decir la misa, y el rey moro quiso conocer cómo era tal cosa. Se mandaron traer los correspondientes ornamentos desde Cuenca y el 3 de mayo de 1232, en la sala noble de la fortaleza, el sacerdote comenzó la liturgia. Mas, al poco de iniciarla, hubo de detenerse explicando que le era imposible continuar pues faltaba en el altar un elemento imprescindible: un crucifijo.
Según la tradición, la Vera Cruz se apareció en el Castillo-Alcázar de Caravaca el 3 de mayo de 1232 y allí se venera desde el siglo XIII cuando tuvieron lugar las primeras peregrinaciones que continuarían a lo largo de los siglos. Por aquellas fechas  reinaba Fernando III el Santo en Castilla y León, y de Jaime I en Aragón. El reino taifa de Murcia estaba regido por el famoso Ibn-Hud, que se reveló contra los almohades y dominó gran parte de Al-Andalus. Es, pues, en pleno territorio y dominación musulmana, cuando se narra el hecho.
En ese momento, por una ventana de la estancia, dos ángeles descendieron desde el cielo y depositaron delicadamente una cruz de doble brazo en el altar. El sacerdote pudo entonces continuar con la celebración de la misa y, ante tal maravilla, Abu-Ceyt (junto con los miembros presentes de su Corte) se convirtió al cristianismo. Después se comprobó que la cruz aparecida era el pectoral del obispo Roberto, primer patriarca de Jerusalén, confeccionado con la madera de la Cruz donde muríó Jesucristo.
 Los documentos originales sobre el milagro han desaparecido. Existe el testimonio de Fray gil de Zamora, Francisco, cronista de San Fernando, a quien acompañó, sin duda, en la visita que el santo rey hizo a la villa de Caravaca. Durante su estancia en allí, pudo Fray Gil conversar con los testigos oculares de la aparición y oir de sus labios la narración de lo acontecido. Existe otro testimonio de D. Antonio de Oncala canónigo de Avila, que murió en 1558, también relata la historia de la aparición de la cruz de Caravaca. Todos los relatos coinciden en lo esencial.

En cuanto al reinado de Zey Abucey  apuntar que existían varios reyezuelos- o sayid- musulmanes en distintos reinos, unos de esos era el sayid Zey Abucey, que al convertirse tomó el nombre de Vicente Bellvis.  Según la historia, los almohades -Abucey era uno de ellos-, entraron en la península hacia el 1171 y fueron reconquistando los antiguos reinos de taifas. En este contexto podemos entender que Zey Abucey era señor de Valencia y de Caravaca y que en la Taifa de Murcia estuviese otro reyezuelo musulman posiblemente Ben-Hud.




viernes, 12 de febrero de 2010

LA ALQUIMIA Y EL TEMPLE

La percepción que actualmente tenemos de la alquimia es la de una pseudociencia precursora de la moderna química. Sin embargo esta creencia no sería del todo acertada. La alquimia es todo un sistema de conocimientos cuya práctica exitosa culmina en un profundo desarrollo espiritual.

La piedra filosofal, la que se dice aspiraban todos los alquimistas, es la sustancia primordial de la que derivan todos los metales y por lo tanto serviría para la conversión del plomo u otros metales en oro y plata.

Otra posible consecuencia de la práctica alquímica consistiría la transmutación del propio operador en un ser divino (Magnus Opus). Se busca obtener una tintura que prolongue indefinidamente la vida humana (elixir de la eterna juventud) por medio un vez más de la piedra filosofal.

El problema reside en ser capaces de desentrañar la identidad de esta gran desconocida que es la piedra filosofal ¿En que consiste, es un principio espiritual, material o electricidad aplicada a los metales?

Los conocimientos alquímicos formarían parte de aquel cuerpo de conocimientos que integraban la Gran Ciencia propiedad de una Civilización avanzada que sucumbió presa de sus pecados y algunos de cuyos restos se acumularon en el Egipto de los faraones. Los ecos de aquella lejana sociedad aún resuenan a través de leyendas y mitos presentes en nuestras tradiciones culturales.

El arte del que estamos hablando, la alquimia, puede proporcionar demasiado poder, por eso es en extremo peligroso. Lleva en su estirpe el germen de la Destrucción al igual que la ciencia primordial de la que se originó. En vistas de ello sólo los iniciados deberían adquirir el derecho a violar su secreto. Y es que los pecados que derribaron la civilización madre se nos revelan sutilmente por medio de extrañas prácticas culturales. Así los avanzados imperios precolombinos de América tendrían prohibido el uso de la rueda y el arte del herrero en Europa llegaría a ser considerado un oficio maldito por la tradición. Tampoco conviene que los gobernantes conozcan de tales prácticas pues esto llevaría con toda probabilidad a la esclavitud del operador, víctima de la avidez e ignorancia de estos personajes. Su empleo en tales casos, estaría destinado a saciar la vanidad, el orgullo, el ansia ilimitada de poder, en definitiva a la realización del mal ¡Cerrad las bocas gritarán desde la piedra!

Una vez más es muy difícil demostrar la relación del Temple con la alquimia. Existen indicios (una vez más) que alertan de tal posibilidad:

*Incremento del oro y de la plata en tiempos de la orden.
*Utilización de simbología relacionada con la práctica alquímica.
*Presencia de plantas exóticas creciendo libremente en las cercanías de antiguas encomiendas templarias, algunas de la cuales de poseerían propiedades alucinógenas.

lunes, 8 de febrero de 2010

GODOFREDO DE BOUILLÓN



Caballero de la primera Cruzada, creador del Reino de Jerusalén (Baisy, Brabante, h. 1061 - Jerusalén, 1100). Era duque de la Baja Lorena (Países Bajos) y fiel aliado del emperador Enrique IV, a quien había ayudado en sus luchas contra Rodolfo de Suabia y contra el papa Gregorio VII. Cuando el papa Urbano II hizo un llamamiento a la Cristiandad para una Cruzada que liberara los «Santos Lugares» de manos del Islam, Godofredo fue uno de los primeros en acudir (1095). Vendió la mayor parte de sus dominios para financiar un ejército propio, con el que llegó a Constantinopla en 1096. Prestó vasallaje al emperador bizantino a cambio de que le aportara víveres y tropas. Y, tras su destacada participación en varias batallas victoriosas contra los musulmanes (Nicea, Dorilea, Antioquía), se convirtió en jefe de los cruzados. Éstos le nombraron rey de Jerusalén una vez tomada la ciudad en 1099; pero Godofredo no admitió el título, alegando humildad cristiana, y lo cambió por el de «protector del Santo Sepulcro». Organizó como una teocracia el nuevo Estado, que se extendía por el territorio actual de Israel, sur del Líbano y partes de Siria y Jordania. Muerto al año siguiente, le sucedió su hermano Balduino, ya con el título de rey.

Godofredo de Bouillon toma Jerusalén en 1099. Ilustración medieval

 

Ilustración medieval que muestra a Godofredo de Bouillon durante la toma de Jerusalén.

domingo, 7 de febrero de 2010

LOS SAMURAI

 
En el país del Sol Naciente, durante un largo periodo de tiempo, surgió  y se consolidó una clase guerrera que provocó, con sólo oír su nombre admiración y respeto a partes iguales, nos estamos refiriendo a los samuráis.
Aún hoy día permanece en el imaginario colectivo la imagen del guerrero fiero y disciplinado capaz de combatir hasta la muerte por su honor y el de su señor, y en caso de derrota preferir la muerte ritual (harakiri) antes que llevar una vida deshonrosa. Evidentemente este tipo de visiones tienen una carga de idealización tras la que en ocasiones se tiene a difuminar, la verdadera esencia del tema tratado. No obstante, en el caso de los samuráis podemos afirmar que, pese a la mitificación de la que son objeto en la actualidad, no constituye un obstáculo para conocer su historia.
En primer lugar debemos hacer unos breves comentarios etimológicos a propósito del propio concepto de “samurai”. Literalmente, la palabra japonesa que posteriormente pasó a designar a una clase guerrera específica, significaba en su origen “guardián”, haciendo referencia a las funciones que les estaban asociadas en su inicio. Así su principal cometido en estos primeros tiempos era proteger el palacio imperial, sobre ese recinto debían ejercer la guardia. Pero no debemos confundirnos, esta era una guardia personal del emperador encargada de su seguridad y de la del recinto imperial. El emperador disponía de un ejército convencional destinado a sofocar revueltas o a hacer la guerra, y este ejército se nutría del aporte de tropas que le suministraban los vasallos sobre los que tenía pactos de fidelidad, una situación muy parecida a la que se vivía en la Europa del Medievo.
Volviendo al tema central que nos ocupa, es decir, la naturaleza de los samuráis, cabe decir, ateniéndonos a su origen, que los samuráis eran individuos de una extracción social inferior a la de la nobleza feudal nipona. Los samuráis ocupaban un escalón intermedio en la pirámide social japonesa. Estaban por encima de los siervos y artesanos, pero por debajo de la alta nobleza feudal. El estamento samurai no surge de la nada, sino que tenía en los “saburais” su precedente. Saburai era un término japonés que podemos traducir por “estar al lado de”, que recuerda a la ya mencionada función de guardia y vigilancia de los samuráis. Pero a pesar de que en un primer momento los samuráis no estaban situados en una posición preponderante dentro de la sociedad japonesa, lo cierto es que el paso del tiempo, el desarrollo de ciertos acontecimientos y en especial la. orientación de sus vidas guiadas   bajo el estricto código guerrero del samurai, les irá confiriendo un status de preponderancia del que en un primer momento no disfrutaban.
En estos tres aspectos son en los que nos vamos a detener a continuación. El desarrollo de la técnica guerrera y toda la industria que lleva aparejada no es algo que surgiera a la par que el desarrollo de los samuráis. Por el contrario, con mucha antelación, se había ido desarrollando en los periodos de la historia antigua japonesa, un exhaustivo proceso de creación armamentística que incluía también un perfeccionamiento de las técnicas de combate. Desde esos primeros instantes surge en la sociedad nipona la fabricación y manejo de arcos, flechas, armaduras, lanzas y los útiles necesarios para desarrollar el combate a caballo. Sin embargo, de todas las armas usadas por los guerreros japoneses, hay una que ocupa un lugar especial, la espada. Los artesanos japoneses destacaron especialmente en la fabricación de este tipo de arma, que llegaron a alcanzar una fama legendaria máxime si una de estas katanas era empuñada por las diestras manos de un terrible guerrero samurai. Pero si el universo material que acompañaba la vida de un samurai y las caracterizaba era importante, no lo era menos el universo espiritual donde el código de samurai tenía un papel preponderante hasta el punto de que será la norma básica de actuación para todos los guerreros samuráis. No obstante, conviene recordar que esta legendaria compilación de normas, tiene su origen en el otro lado del Mar del Japón, en China. Efectivamente, el código chino Michi recogía entre sus postulados todos aquellos elementos considerados como virtudes dignas de  alabanza parta la vida de un guerrero. Del continente asiático, este primigenio código, fue transportado hasta  Japón donde evolucionó hasta configurar el código Bushido. En este proceso de transformación y modificación, tuvo un peso especialmente importante  el papel jugado por la religión, en concreto el shintoismo. Esta religión asiática predicaba como postulado básico el respeto por las fuerzas de la naturaleza y el equilibrio del hombre en el seno de esta.
Pero además de esto, la meta de todo buen guerrero samurai era fusionarse de forma total con el Universo, y para alcanzar este objetivo, el samurai debía someterse a un duro proceso de autodisciplina en el que se primaba el desarrollo de la mente y del cuerpo, a través de procesos de entrenamiento físicos y mentales. Es en este último punto donde aparece la filosofía zen como aglutinador y catalizador de esta concepción empática de la naturaleza. Pero en el conjunto de valores propios del samurai no sólo ocupaba un lugar preponderante las meditaciones tipo zen, sino que junto a estas, en un lugar muy destacado, aparece como uno de los valores esenciales en el arquetipo del samurai, la lealtad a su señor en un primer lugar y al emperador el ultima instancia. Este es un aspecto básico a la hora de intentar emprender estas figuras del feudalismo japonés.
Evidentemente, con un sentido de la lealtad tan marcado, era inevitable que se produjeran conflictos de fidelidad en caso de que el señor al prestaban sus servicios decidiera cuestionar la autoridad imperial. Pero la propia existencia de este tipo de dilemas en la mente del samurai es una buena muestra de la vastísima riqueza ética de estos guerreros. Siguiendo esta línea de retazos espirituales de los samuráis, debemos hacer hincapié en el rechazo que les producía a estos guerreros, las compensaciones de tipo económico por sus servicios, ya que lo habitual eran retribuciones en forma de hospedaje y comida. Otros aspectos a los que debemos hacer mención, para comprender de forma global este cuerpo asiático, son las relacionadas con la guerra, el combate y sus estrategias técnicas y ejecución. En este sentido cabe decir que para un samurai, su máxima meta era ser el mejor en diferentes disciplinas  de combate. Como resultado nos encontramos con que un samurai no tenía miedo a la muerte, ya que cada nuevo combate suponía la posibilidad de demostrar su propia valía y en caso de derrota, no importaba fallecer en el intento. No obstante, no todas las muertes eran igual de honrosas o aceptables. En función de las circunstancias que rodeasen este acontecimiento, se podía considerar como digna o indigna. Así pues, perecer en un gran enfrentamiento reportaba al difunto y a todo su linaje una larga serie de honores y alabanzas. Por el contrario, si el samurai abandonaba este mundo  como consecuencia de una disputa menor a la que se viera arrastrado por su falta de autocontrol, el oprobio y la vergüenza se convertiría desde ese momento en sus señas de identidad y en las de su estirpe. Hay que añadir también que si en el enfrentamiento fuera vencido pero no muerto, o hecho prisionero, el samurai optaría entonces por una muerte honrosa a través del suicidio antes de seguir soportando una humillante existencia. Este acto recibe el archiconocido nombre de harakiri.


sábado, 6 de febrero de 2010

DON PELAYO


Fue guardia real en la corte de Don Rodrigo. Que su hermana entrara a formar parte del harén de Munuza fue determinante en su rebelión. Lllevó sus tropas y su pequeña corte ambulante a las montañas cántabras. Tras 18 años de guerra logró consolidar un pequeño reino cristiano español.

Aunque algunos mizifuces y ciertas zapaquildas le nieguen hasta la existencia, lo cierto es que Don Pelayo vivió y fue rey y luchó en Covadonga y venció a los moros. Pero tampoco son ciertas las grandes batallas, la voluntad de lucha desde el principio, el poder de su ejército ni la extensión de su reino. Pelayo fue cristiano, godo, o hispanogodo, nació a finales del siglo VII, en fecha y lugar que desconocemos y murió en el año 737, tras comenzar la Reconquista de España a los invasores musulmanes.

Porque para Pelayo no había la menor duda de que los musulmanes eran invasores y que le habían arrebatado su patria. Cómo y por qué llegó a ser nombrado rey y a fundar un reino más en el aire que en el suelo son cosas harto confusas en los detalles aunque clarísimas en el fondo.

Era Pelayo espatario, una suerte de guardia real en la corte de Don Rodrigo, el último de los reyes godos. Su padre se llamaba probablemente Favila y su abuelo Pelayo, porque era costumbre hispanogoda heredar el nombre del abuelo y por eso mismo el hijo y sucesor de Pelayo fue Don Favila, al que mató un oso. En alguna crónica se da por muerto al padre de Don Pelayo a manos de Vitiza, antecesar y rival de Don Rodrigo en la lucha de clanes godos que acabó en la derrota del Guadalete. Es posible: el asesinato era una de las costumbres más asentadas entre los godos.

También es casi seguro que Pelayo fuera uno de los combatientes más cercanos al derrotado Rodrigo en aquella batalla del 711 que marcó toda la historia posterior. Debía de ser del clan de Rodrigo o adoptado por éste y soldado de valor y autoridad indudables, porque no tuvo que disputar con nadie el trono de España, que en el año 718, cuando se alzó en armas, era una simple silla de montar.

Pero esos siete años, desde la derrota en 711 hasta la rebelión en las montañas de Asturias, son muy oscuros. En principio, Pelayo fue, como otros godos e hispanorromanos notables, parte de la aparatosa espantada, desparrame sin orden ni concierto, de los cristianos ante los invasores moros.

Sin capacidad para fortalecerse en Toledo o atrincherarse siquiera en las tierras altas de la Meseta, aquellas tropas fueron dando tumbos y rindiéndose, cada vez más al norte, hasta pasar los Pirineos o quedar contra el Cantábrico, en las montañas astures y cántabras.

Pero también las tierras asturianas cayeron bajo control musulmán. Munuza se llamaba el gobernador de aquella comarca, que se estableció en lo que hoy es Gijón. En virtud de los acuerdos entre cristianos derrotados y musulmanes vencedores, Pelayo marchó a Córdoba como enviado o como rehén, mientras una hermana suya, con la que había hehco toda la retirada hasta el norte, quedaba en Asturias.

La hermana de Pelayo, mientras éste vivía en Córdoba, pasó al harén de Munuza y este hecco fue uno de los determinantes en su rebelión. Probablemente, los musulmanes rompieron sus promesas de respetar la religión y costumbres de los cristianos en cuanto se vieron dueños de la situación y eso movió a los soldados más cualificados a declararse en guerra.

La desigualdad entre los ocupantes y los rebeldes era tan grande que se comprende lo limitado del ejército de Pelayo, pero también debía de ser muy clara la disyuntiva de someterse totalmente o luchar a muerte para que un grupo suficientemente furte emprendiera tan desigual batalla.

No había reivindicaciones, no había reformas por discutir y ni unos ni otros buscaron un pacto. Por ambas partes estaba clara la determinación de luchar. En los moros, para aniquilar a los cristianos rebeldes; y en los cristianos, para defenderse de los moros.

Desde el principio de la guerra, y así lo cuentan los propios cronistas árabes, Pelayo fue rey. Es por tanto muy posible que su elección fuera clandestina y previa a la rebelión. Como la monarquía goda era electiva bastaría con la pertenencia de Pelayo a la familia del rey Rodrigo e, incluso, con su incostestada jefatura militar para alcanzar la corona.

Como desde Recaredo los reyes godos y cristianos lo eran de toda España y como además no existía un territorio claro dominado por Pelayo y sus menguadas huestes, ostentar esa corona lo significaba todo a la vez no significaba nada. Pelayo era rey de España, pero de la España perdida, con la excepción de los reductos, más humanos que geográficos, de las montañas astures. La España cristiana era más una reivindicación que una realidad, una empresa más que un negocio.

Pelayo entronca su realeza de forma natural con la monarquía goda, pero, como dijo el historiador moro Ben Jaldún y repetía gustoso el cristianísimo Fray Justo Pérez de Urben, «con él comienza una dinastía nueva sobre un pueblo nuevo». La legitimidad, al margen del origen godo, hispanorromano o mixto, se forma en una lucha que es territorial y religiosa, de legitimidad y de fuerza.

El objeto de la contienda está bien claro desde el principio: el antiguo territorio de la España visigoda, antes hispanorromana, donde se practicaba la religión de Cristo. En recobrar ese territorio para un orden político que ya no era ni podía ser godo, sino esencialmente cristiano, se entretendrán los habitantes de la Península Ibérica y sus islas anejas cerca de 800 años.

Naturalmente, al principio, los nobles godos que vivían con cierta comodidad sometidos a los musulmanes consideraron disparatado el proyecto de Pelayo. Mucho más cuando el valí Ambasa encabezó un ejército para ayudar a Munuza y aplastar definitivamente a los cristianos.

Los rebeldes, según el historiador musulmán Al Maqqari, que recoge testimonios de la famosa Crónica del Moro Rasis (Al Rasis), Ben Haz, y Ben Jaldún, llegaron a pasarlo muy mal: «No quedaba sino la roca donde se refugió el rey llamado Pelayo con 300 hombres. Los musulmanes no dejaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre, y no quedaron en su compañía más que 30 hombres y 10 mujeres». Pero fueran esas sus fuerzas o superiores, el hecho indiscutible es que Pelayo consiguió escapar.

Ambasa consideró suficiente el castigo porque llevó sus tropas más allá de los Pirineos, donde tomó Narbona y sitió Tolosa, lugar en que encontró la muerte. Alqama, su sucesor, tuvo que hacer frente de nuevo a Pelayo, señal de que se había rehecho y reforzado. Que no se trataba de una simple rebelión más o menos militar sino de un movimiento de indudable calado político lo prueba que en la expedición iba el obispo toledano Don Oppas, del clan de Vitiza, sin duda para romper la unidad de godos y cristianos rebeldes.

Pero no pudieron con Pelayo. Cabe los Picos de Europa, por donde se despeña el río Auseba, en las cercanías de una cueva consagrada a Santa María, tuvo lugar en 722 una de tantas emboscadas que sufrieron las tropas de Alqama y su recuerdo, símbolo de aquella campaña victoriosa, acabó por denominarse Covadonga. Qué duda cabe que responde a un hecho cierto, a uno de tantos, y que hubo otros con resultado opuesto. Pero es ética y estéticamente justo que en aquel lugar se recuerde la hazaña de Don Pelayo. ¿Donde mejor?

Dotado de indudable talento militar y de prestigio político, Pelayo llevó sus tropas y su pequeña corte ambulante a las cercanas montañas cántabras y amplió así tanto sus lugares de ataque como de retirada. Durante más de 18 años sopotó ataques de los musulmanes y los devolvió, con el balance final de la consolidación de un reino cristiano español en la coronilla de un riquísimo y poderoso califato musulmán, también español, que hizo de Córdoba «luz de Europa», según la sabia monja germana Hroswitha. A la sombra de aquella hermosa luz, los sucesores de Pelayo consolidaron la dinastía asturiana, que fue, de hecho y de derecho, la monarquía cristiana de España.

Pelayo creó, en efecto, una dinastía nueva para un pueblo nuevo, o mejor, un renuevo del viejo pueblo hispano. Legó un trono a caballo, un trámite entre precipicios, pero después de casi dos décadas de lucha contra un enemigo infinitamente superior nadie discutió su legitimidad.

Cuando su hijo y heredero Don Favila murió despedazado por un oso, le sucedió el hijo de Pedro, duque de Cantabria, el noble más importante de los que le habían reconocido como rey. El hijo de Pedro estaba casado con Ermesinda, hija de Pelayo, y reinó con el nombre de Alfonso I El Católico. Reconquistó Galicia y la comarca de las Bardulias, llamada también Castilla. Pero eso ya no pudo verlo Don Pelayo, aunque sin duda lo soñó.
Santuario de Nuestra Señora de Covadonga, Asturias

martes, 2 de febrero de 2010

MONASTERIOS MEDIAVALES

Uno de los pilares de la vida medieval fueron los monasterios. Creados en principio para rezar y alabar a Dios, funcionaron al mismo tiempo como archivo, biblioteca, tesorería, colegio y centro artesanal.

El padre de la vida monástica fue San Benito de Nursia quien, en el año 529, fundó un monasterio en Monte Cassino, Italia. San Benito estableció las reglas que habían de regir las vidas de los monjes, persiguiendo un ideal de comunidad piadosa y disciplinada, aislada de las tentaciones del mundo exterior.

En España los monasterios vivieron su gran expansión en época medieval. Reyes y nobles favorecieron su construcción y les otorgaron cuantiosos privilegios económicos, pues veían en ellos una herramienta para repoblar las tierras recién conquistadas a los musulmanes.

Los monasterios medievales llevaron a cabo una impagable labor cultural, pues contribuyeron a preservar los saberes de la Antigüedad y a difundir por toda Europa los principales estilos artísticos de la época: el románico y el gótico.


EL GUARDIAN

EL GUARDIAN

El guardián del poder verdadero se encuentra delicado y fuerte ante la puerta del reino floreciente. Desde ahí fluye y corre la fuerza latente del rayo femenino que todo lo une, que realiza milagros verdaderos hacia los mundos de la eternidad. Desde allí viene y hacia allí fluye traspasando el velo de la temporalidad. Ella es la victoria sobre la oscuridad, ya que esta debe desaparecer cuando haya llegado su tiempo. La fuerza oscura no tiene ningún poder en comparación con lo verdadero, con la luz eterna. Porque lo que esta fuerza amada consigue unir permanece unido hasta la eternidad.

EL LIBRO DE LA VIDA

EL LIBRO DE LA VIDA

A Deo rex, a rege lex

A Deo rex, a rege lex
De Dios el Rey, del Rey la ley

A fructibus cognoscitur arbor

A fructibus cognoscitur arbor
Por sus frutos conocemos el árbol

EL ULTIMO GRAN MAESTRE

EL ULTIMO GRAN MAESTRE

JACQUES BERNARD DE MOLAY

Tuve una flota de bajeles y puertos privados,

una franja de tierras en el contorno de París

y un ejército de hombres dispuestos a morir

por reconquistar para la Cruz los lugares sagrados.

Custodié un tesoro y mi Orden fue el mayor banco

de Europa. El rey fue mi deudor y no me sometí

ni siquiera a la potestad del Vaticano. Viví

el éxito de tomar Jerusalén con mis soldados.

Y ahora heme aquí, engañado por el Papa

y Felipe IV de Francia. Me hicieron venir

de Chipre con la excusa de una nueva cruzada

para luego detenerme y obligarme a mentir

bajo tortura. Para robar la fortuna templaria

arderé en la hoguera y se harán con el botín.

A SUPERBIA INITIUM SUMPSIT OMNIS PERDITIO

A SUPERBIA INITIUM SUMPSIT OMNIS PERDITIO
De la soberbia toma el inicio toda perdición.

ANIMACION TAPICES DE BAYEUX